Ni me esperaban
para castigarme
ni nadie reparó
en mi regreso (como
si volviera
de la calle una
sombra):
planchaba en el
salón mi madre
y jugaba mi
hermano, no había vuelto
mi padre de la
tienda.
Apenas con diez
años
y unas pocas
monedas sisadas de la hucha
venía
de descubrir el
cine,
yo solo,
alucinado,
como recién caído
de Marte.
Y nadie se enteró.
En ese mismo año
nos fuimos alejando
unos amigos
hasta un pueblo que
está a veinte kilómetros
por una carretera
que ahora es autovía.
Nos pasaban bufando
los coches como
búfalos
con pausas
suficientes de silencio
y soso atardecer.
Si se enteran, nos
matan.
Pero no se
enteraron. Me pregunto
dónde se esconde en
mí
aquel aventurero,
por qué se retiró
de sus hazañas
si nunca lo
atraparon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario